lunes, 23 de febrero de 2015

ENTREVISTA A LA TORRE


No hace muchos días, hablando con mi amigo Juan Alfonso Monrabal, comentábamos que aquel grupo de paterneros, Rafael Alfonso, Vicente Cardona, El Retoret, Manuel Pastor Camarena y alguno más, eran un grupo de investigadores locales, a los que tanto debemos en la recuperación de nuestra memoria, trabajos realizados y escritos impresionantes, algún día les homenajearemos como merecen.

Pero hasta entonces, podemos ir recopilando aquellos originales y valientes escritos en su formato, en 1965, Manuel Pastor, publicaba una entrevista con la Torre de Paterna, y le extraía unos pensamientos al monumento, GENIAL articulo de un gran hombre.




  LA TORRE Y YO.
  por Manuel Pastor Camarena, 1965.

Dice un proverbio que "de músicos, poetas y locos todos tenemos un poco”, cierto o no, sí me encuentro comprendido dentro de una de dichas clases, creo escoger la de poeta, pues de músico bien poco tengo y de loco... Dios no lo quiera ni para mí ni para ti, amigo lector. Ahora bien, mi poesía prosaica ni aspira a premios de concursos literarios ni a formar en primera fila, por considerarme un modesto colaborador de todo aquello que implique elevar las virtudes de un pueblo. He tocado "todo", desde la prensa hasta la radio y es por ello que me he inclinado a escribir estas líneas inspirado por un afán de exteriorizar mi punto de vista a través de un criterio propio, por propia inspiración, de lo que haría yo si estuviese en lugar de la Torre, de lo que pediría a toda Paterna, para mis muros, para mi figura, para mi historia imperecedera y para el recuerdo de un pasado ya lejano que como hojas de eucaliptos, no dejase de reverdecer las ramas de mi figura, luciendo siempre el verdor de la vida, de lo perenne. Ante la vista de esa Torre, tan sola, no he podido reprimir mis impulsos, y por ello volando en alas de la fantasía exteriorizo el sentir, brevemente de esa Torre, repito, que a través de mi pluma, pese a sus pétreas palabras sin sonido, de esa Torre que mucho dice, sin decir nada.

Lee, si así lo deseas, cerrando los ojos del entendimiento, penetra conmigo a ese mundo de hadas y oirás a la bella Torre qué dice cuando estamos bis a bis.

Escucha lo que decimos...




LA TORRE Y YO





Aunque para mi, Paterna, me era muy conocida, lo primero que hice al llegar a ella, fue visitar la zona alta, las cuevas, que nunca había visto y todo aquello que, al acabar mi jornada al mediodía, también era desconocido. He dado unos paseos circundando a esta Villa, he visitado rincones muy hermosos que no conocía, he pasado por esas estrechas y vericuetas calles, muy típicas por cierto, subido y bajado cuestas. He conocido rincones, graciosos, callejas de un origen ya lejano, leyendo a su vez los rótulos de las mismas, para mejor identificarme con ellas, creo incluso, que tengo una completa colección fotográfica de Paterna entera, por fuera, por dentro, por todas partes y me he identificado, en verdad, con Paterna, con esta bella Villa a la que mi Estrella Protectora me ha traído por razones profesionales y que sabe Dios hasta cuando o hasta siempre...

Ha habido una zona que me ha llamado la atención: Esa gran barriada subterránea, ese conglomerado de pequeños polígonos blancos, verdadera nariz por donde respiran las cuevas, esas "damitas" vestidas de novia que en la penumbra nocturna se asemejan a fantasmas o a musas del Olimpo, esas blancas chimeneas, esas tapias también blancas (pues allí todo es blancor oliente a limpio), esas escaleras adornadas por guirnaldas de macetas floridas, esa colección de blancas viviendas dignas de figurar en el tapiz Sorollesco con trazos de un óleo hermoso que define lo típico y que traslada al pensamiento más allá del Gibraltareño estrecho. Llegado a la cima de esta barriada, cual Capitán Pirata de Espronceda, he visto Manises y su campada, Líria, La Cañada, y los montes de Gátova, con su pico del Águila, los montes de Serra, la mole ciclópea de la antigua Murvieter, la heróica Sagunto, de un lado y Cuart, Mislata y a Valencia, la bella Valencia junto al Mare Nostrum, de otro, y cómo no, esa fábrica de hijos de la Patria donde se forjan sus hombres para algún día velar por ella y salvaguardar nuestras haciendas. He conocido, en definitiva, "los alrededores de Paterna”.

Sin embargo, junto a mi, se encontraba un gran muro, circular, viejo, mal oliente, por los vestigios que alli había, que daba al traste a todo el conjunto de belleza antes dicho.

Aquel muro tiraba por tierra la hermosura circundante. De verdad que sentí una gran lástima por todo él. De unos 15 metros de altura (1965) circular y cerrado al paso de los curiosos por una falsa puerta horadada en su parte baja, llena de agujeros, sin cuidados de ningún género, tapados sus arcos por ladrillos mal colocados y sin embargo... pese a todo presente una elegancia, un señorío y una solera indiscutible que hace presentir cuanto a través de su figura ha ocurrido. Deja un sabor a belleza ante los ojos de quien la contempla.

A mí me da la sensación de ser un gigante que protege a este pueblo a quien mira por esos agujeros semejantes a ojos que vigilan el paso del tiempo. Bella Torre que aguanta estios, rayos, tormentas, chubascos y helados frios y el roce de los vientos que van restando prestancia al arrancar su fino cutis. Pero con todo, ahi la tenéis: fuerte e impasible a todo..., bueno, a todo NO, ya que al acercarse cual dama curiosa a querer traspasar mi vista por el ojo de la cerradura de su fea y vasta puerta, cosa que no he conseguido, a decir verdad vi acercarse una blanca figura con cuerpo de torre, ojos de mujer mora y voz suave que con paso lento que agrandándose su figura traspasando, cual Comendador del Tenorio, sus intenciones acercándose a mí cada vez más, hasta el extremo de tenerla a mi lado y embargándome un raro sopor, una perplejidad, un miedo y una pérdida del sentido del tiempo cual si penetrara en un mundo extraño, de ensueño, de un mundo que aunque muy viejo, para mí acababa de nacer. Vióme aquella Torre tan estático y asustado, que tal vez compasiva hasta sus entrañas, tomó voz y me dijo.




No temas, no palidezca tu rostro y entre en ti la serenidad pues mal alguno vas a recibir de mí. Soy muy vieja y mi corazón sólo cobija amor y cariño. Veo en ti un deseo de voluntad de saber de mí y por anciana gustaría me escuchases largo rato para ahogar mis penas, en ésta tu presencia. ¿Quieres escucharme?”.

Como un destello de luz, fue mi temor esfumándose y me invadió una serenidad que me hizo perder toda la bruma que me embargaba.

Dije a la Torre si podría concederme una entrevista, a la que estaba más docto y práctico. Asintió la Torre a ello y empezamos el diálogo con mi primera interrogante:
-¿Edad?
Mucha ya, amigo mío. Creo que fui elevada sobre estas rocas allá por el año 1.000 y aunque mi memoria falla, me elevaron aquellos que dominaron en España durante siete siglos y algo más, aquellos de color moreno, de aquellos que en su estandarte ondeaba la Media Luna.
Soy, a mucho honor, Torre Mora y no romana como algunos creen pues que en mí no hay vestigios de tal origen y además muy orgullosa de figurar en el escudo de Armas de este pueblo al que pertenezco.

-¿Sexo?

-El artículo que se antepone a mi sustantivo díceme soy mujer, dama o femenina, como prefieras... aunque así también lo prefiero yo pese a mi origen pétreo y digo que prefiero ser mujer pues como tal y con cariño de madre cubro con la figura, todo manto, a miPaterna, a la que protejo con todo mi cariño, a la cual mimo con mis tiernas miradas, a la cual despido cada crepúsculo con mis "Buenas noches, Paterna”. Cual mujer, soy sufrida. Los años han hecho menos mella en mí al ser TORRE en vez de simple torreón. Por mi figura esbelta y fina creo honrar a la belleza, a la hermosa paternera. Alta y sin inclinaciones físicas. Despreocupada de mí mismo, sufrida cien por cien dado que sobre mí han pasado mil ejércitos, sobre mi azotea han ardido hogueras, no ha podido un rayo que en 1796 creyó volatilizarme y tan sólo sobre las almenas que me servían de corona dejó triste huella en mi rostro, pero, pese a todo aquí me tienes mirando al cenit como el día en que se colocó mi última piedra.
-Dicen que de mujer tengo poco en el hablar... pero si supieras cuántas cosas digo con el silbido del viento en mis muros... si supieras mis cotilleos con mis vecinas montañas... si supieras de mis conversaciones con esas cuevas mis vecinas y con cada casa hablando y hablando de cuanto a diario acontece. Así he pasado siglos viendo a reyes y guerreros, condes y duques de otras tierras de señores y plebeyos, cuanto de gloria y cuanto de sangre...




-¿Misión para la que te erigieron?

-Creo que únicamente para servir de atalaya, de observatorio, puesto que desde aquí el ojo avizor otea desde la gran lejanía cualquier paso. Las huestes del sur, del oeste o del norte eran vistas desde mi altura. Serví de enlace con las torres valencianas y por mis pies he visto pasar masas de serranos en ruta a mi vecina Valencia. He servido como guía para los extraviados en la campada y hoy día se me utiliza como avisadora de que las bocas de los cañones cubren una zona peligrosa por la cual advierto no deben pasar las gentes.

-¿Eres alegre o triste?

Créome alegre. Ten en cuenta que una vez al año, casi siempre, se me viste de mis mejores galas. Graciosas manos cubren mi cabeza con guirnaldas lumínicas cual corona de novia. Ello sirve para anunciar a los cuatro vientos que Paterna también viste sus mejores galas. Que sus guapas mujeres visten sus blondas y tejas para formar en comitiva ese rosario de oraciones en honor a su Santísimo Cristo de la Fe y al que en persona llegó a predicar en sus templos, a San Vicente Ferrer. Muestran esas luces que también sus hombres, tras un año de quebrantos y “duelos”, esos Clavarios, vistiendo sus trajes de novios con su varonil tipismo llevan a la realidad el sueño de toda una tradición.
Honrar a quien tanto lo merece. Forjar unos días de desvelos, de insomnio permanente, para dar a este pueblo la fama que, desde años ha, goza en sus festejos y en sus grandes noches de "foc" y "cordá". Soy alegre, porque con mi silueta defino a mi pueblo. Verme a mí, desde la lejanía hace decir en boca ajena, señalándome con el índice: "Aquello es PATERNA”. Por todo esto soy alegre. Define mi presencia la grande y esencial historia de Paterna. Conmigo van vinculadas cuantas facetas, épocas y hechos han ido deslizándose por esta Villa.
Por todo ello mi felicidad es ilimitada y mi alegría es el halo de vida que hace esté erguida desde mi nacimiento.

 ¿Qué es lo que más desearías?

-Mucho... y nada. Las apariciones suelen producirse muy pocas veces y sólo ante quien mira con los ojos de la buena fe, con amor, cual me has mirado tú. Di a todos que mi mayor alegría seria verme restaurada a mi antiguo estilo y que me gustaría cobijar bajo mi recinto los restos históricos, los vestigios de un pasado local. Que reconocen mis muros, que me coloquen mi corona poniendo aquellas almenas que un meteoro rasgó, que adornen arcos mis pies con un jardin, que quiten esos ladrillos que llevo dolorosamente aguantando hace unos años y dejen mis arcos a la luz del sol cual destellantes ojos, que tapen el feo agujero de entrada y pongan una escalera a mi antigua puerta y cual Monumento Nacional sirva a propios y extraños de admiración cuando pululen por mis cercanías. Di a todos que ese es mi deseo, que tal vez a ti, extraño que acabas de llegar a mis muros por vez primera, te escuchen si sabes tocar el punto sensitivo de muchos paterneros. Ojalá tu voz sea el eco de la mía que pronto va a esfumarse en la oscuridad y que solo volverá a sonar cuando sea para bendecir a quienes viendo en mi a sus antepasados recuerden lo que para ellos represento. La historia de Paterna y de sus antepasados.

-¿Algo más?

-No, nada más. Sólo darte la bienvenida a mi pueblo y desear que me visites con frecuencia muchos años. Cada vez que vengas junto a mí, el susurro del viento sobre mis muros será mi saludo cariñoso, mi beso a tu rostro y mi eterno agradecimiento. Cuando Dios te llame, al exhalar tu último suspiro, prométote dirigir cada noche mi mirada hacia tu última morada y decirte: Buenas noches, amigo. Adiós y hasta siempre, amigo mío.


                                                   En la imagen a pies de la Torre, a la 
                                                   izquierda, Manuel Pastor y a su lado
                                                   el actor Antonio Ferrandis.


El sonido de unas campanadas me despiertan totalmente de mi letargo, son las tres y media. Mi jornada vespertina se acerca. Tomo el camino de la Casa Consistorial, donde el telégrafo me espera. Atravesando tortuosos callejones, bajando cuestas empinadas y Zigzagueantes por entre blancas chimeneas lanzo una mirada nostálgica a mi interlocutora.
Llego a la ruidosa urbe, a esas calles donde el mundo moderno no oye ni murmullos de vientos, nostalgia, donde vive al día sin una mirada retrógrada a su pasado glorioso, a unas pétreas paredes, que, aunque antiguas, son todo un símbolo.

Camino de mi trabajo voy soñando y recordando con cuánto cariño, con cuanto amor puede encontrarse uno, ante unas piedras que, aunque son frías, hoy las encontré más que nunca, cálidas y amorosas.


Manuel Pastor Camarena - 1965


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